Comentario
Al poco de su elección en Alemania, la posición de Federico era inmejorable en relación con el papa Adriano IV, impotente frente a los revoltosos arnaldistas y abandonado momentáneamente por el nuevo rey de Sicilia Guillermo I. El monarca alemán acudió en apoyo del Pontífice y apresó a Arnaldo de Brescia que acabó ejecutado en la horca. El 18 de junio de 1154, Adriano IV coronaba solemnemente como emperador a Federico.
Las buenas relaciones entre Papado e Imperio que auguraban estos gestos, se trocaron en desconfianza abierta en los años siguientes. El Pontífice se reconciliaba con los normandos del sur de Italia a los que confirmaba la investidura sobre Sicilia, Apulia y Capua y el emperador empezó a tener graves roces con otros poderes.
El primer incidente grave tuvo lugar en la dieta imperial de Besançon (1157). El legado pontificio Rolando Bandinelli dejó entender -al menos Reinaldo de Dassel así lo interpretó- que el monarca alemán había recibido el Imperio como "beneficium" de la Santa Sede. Era justamente lo contrario de lo que pensaban los círculos cancillerescos de Federico para quienes Roma e Italia eran feudos del Imperio. Así lo hizo patente el monarca en un discurso firme en el que sostuvo que "hemos recibido y poseemos el Reino y el Imperio solamente de Dios". Aunque sólo fuera en el terreno de las ideas la guerra entre sacerdocium e imperium retoñaba con fuerza.
En los meses siguientes, Federico dio un paso mas en su política autoritaria. Esta vez fueron las ciudades del Norte de Italia las afectadas. En una solemne dieta tenida en Roncaglia (1158), un grupo de juristas boloñeses al servicio del emperador elaboró una lista de "regalías" que, aunque percibidas por las ciudades, argüían eran de propiedad imperial. Era un serio golpe contra la autonomía comunal penosamente conquistada en los años anteriores. Las ciudades empezaron a recibir cada una un magistrado imperial (el podestá) provisto de plenos poderes.
Nada paracía que se opusiera a los designios italianos del monarca alemán cuando, en 1159, se produjo un importante cambio de rumbo en Roma. A la muerte de Adriano IV, el colegio cardenalicio no pudo elegir un candidato de consenso. La facción imperial del cuerpo electoral -en minoría- proclamó a Víctor IV, mientras que la siciliana optaba por Rolando Bandinelli que tomaba el nombre de Alejandro III. Un nuevo cisma caía sobre la Iglesia.
Detrás de Víctor IV se situaron el emperador y algunas ciudades del norte de Italia. Milán, una de las máximas preocupaciones de Federico, fue tomada y destruida por las fuerzas imperiales (marzo de 1162) y su población deportada en masa; Pisa y Génova se pusieron a disposición del monarca alemán. Sin embargo, a los pocos meses (mayo-junio de 1163) Alejandro III veía ratificados, en un solemne concilio en Tours, los apoyos recibidos desde el tiempo de su elección: todas las monarquías occidentales, algunas importantes órdenes religiosas e incluso -transgrediendo los deseos del emperador- un grupo de obispos alemanes.
La muerte de Víctor IV en 1164 hubiera podido zanjar el cisma si no se hubieran impuesto los duros criterios de Reinaldo de Dassel en la corte imperial. Un nuevo antipapa fue promovido con el nombre de Pascual III. A instancias del canciller procedió a la solemne canonización de Carlomagno: el Sacro Imperio Romano Germánico iba a disponer, como ha indicado R. Foreville, de su propio genio tutelar.
Sin embargo, la expedición (la cuarta) emprendida por Federico sobre Italia en 1167 iba a suponer un giro para los designios de la política imperial. Empezó con buenos augurios ya que Alejandro III y sus partidarios romanos sufrieron una dura derrota en las afueras de Roma. Federico pudo entrar en la capital acompañado de su antipapa que volvió a coronarle solemnemente. La aplicación de la política de fuerza daba, así, sus mejores resultados. Una circunstancia inesperada forzó, sin embargo, al repliegue: la peste que, entre otras víctimas, se cobró a Reinaldo de Dassel.
El contratiempo fue aprovechado por Alejandro III y las ciudades del valle del Po, Cremona, Brescia, Mantua, Bérgamo, la reconstruida Milán y una ciudad de nuevo cuño que, en honor del Pontífice, recibió el nombre de Alejandría, cerraron filas. Alejandro III fue reconocido oficialmente como jefe de esta Liga lombarda (1168). Los intentos de mediación de Eberhard de Bamberg y de los abades del Císter y Cluny (conferencia de Veroli de 1170) fueron inútiles: ni Federico aceptaba la legitimidad de Alejandro III ni este estaba dispuesto a abandonar a las ciudades lombardas a su suerte.
En 1174, Federico volvió a tomar la iniciativa militar pero fracasó, después de seis meses, en su intento de tomar Alejandría. La solicitud de apoyo militar a su primo Enrique el León no obtuvo ninguna respuesta. Acompañado de un pequeño ejército, el emperador sufrió en Legnano (mayo de 1176) una humillante derrota a manos de las milicias comunales noritalianas.